Cuentan que en en una pequeña aldea vivía un hombre muy pobre que se dedicaba a pedir una ayuda a todos los aldeanos para poder subsistir.
Un buen día entró en la aldea un carro de oro llevando al Rey sonriente y radiante.
El mendigo al ver el carro, pensó: "Mis días de sufrimiento se han acabado", "seguro que el Rey en su inmensa generosidad no dejará que pase calamidades y con lo que me pueda dar me servirá para poder vivir tranquilo el resto de mis días".
Y así, se acercó al rey, confiado en que se apiadaría de su situación.
El rey al verle acercarse y antes de que el mendigo pudiese abrir la boca le preguntó: "Buen hombre, ¿qué tienes para darme?"
El mendigo se quedó sorprendido ante su pregunta. ¿Cómo era posible que el Rey, que iba montado en un carro de oro y lleno de riquezas, le pidiese a él algo? ¿Acaso no se había dado cuenta que era muy pobre y que no tenía nada para darle?
Sin embargo, no quiso contrariar a su señor y metió la mano en la alforja llena de granos de arroz. De ella sacó un grano de arroz y se lo entregó al Rey.
El Rey, se guardó el grano de arroz, se subió de nuevo a su carro de oro y se marchó.
El mendigo se quedó muy apesadumbrado ante la actitud del Rey. Al final del día, al vaciar su alforja, entre los granos de arroz descubrió ¡una moneda de oro!
"Ay", se lamentó el mendigo. "¿Por qué no le habré dado todo el arroz?"
Recuerda: Siempre queda algo de fragancia en la mano que da rosas.
"La verdadera felicidad consiste en hacer el bien."
Aristóteles 384 AC-322 AC. Filósofo griego.