En lo alto de una colina, dos montículos se alzaban frente a frente, uno de azúcar y otro de sal. En el montículo de azúcar vivía una hormiga, y en el de sal, otra.
La hormiga que habitaba la montaña de azúcar disfrutaba de su dulce hogar, deleitándose con cada bocado que tomaba. En cambio, la hormiga que residía en la montaña de sal experimentaba constantemente una sensación de sed después de cada comida.
Un día, la hormiga de la montaña de azúcar decidió visitar a su vecina de la montaña de sal.
"¡Hola, amiga!", saludó la hormiga del azúcar.
La hormiga del montículo de sal, sorprendida por la visita, respondió: "¡Hola! Me alegra ver a otra hormiga por aquí. Me estaba sintiendo muy sola".
"Vivo cerca de aquí, en una montaña de azúcar", explicó la hormiga del azúcar.
"¿Azúcar? ¿Qué es eso?", preguntó la hormiga de la sal, intrigada.
"Nunca has probado el azúcar? Te encantará. Si quieres, ven mañana a mi montaña y te dejaré probarlo", sugirió la hormiga del azúcar.
La hormiga del montículo de sal aceptó emocionada la invitación. Antes de partir, decidió llevar consigo un poco de sal en la boca, por si acaso el azúcar no le gustaba. Así tendría algo para comer.
Al día siguiente, la hormiga del montículo de sal llegó a la montaña de azúcar. Tras subir hasta la cima, la hormiga del azúcar le ofreció amablemente probar un poco de azúcar.
Sin embargo, como la hormiga de la sal tenía sal en la boca, el azúcar le supo salado. Confundida, comentó: "¡Vaya, esto sabe igual que mi sal! Debe ser lo mismo. Tú la llamas azúcar y yo la llamo sal".
La hormiga del azúcar, desconcertada, pidió a su vecina que abriera la boca. Fue entonces cuando se percató de que tenía sal guardada en la boca.
"¡Ahora lo entiendo!", exclamó la hormiga del azúcar. "Por favor, escupe la sal y prueba de nuevo".
La hormiga de la sal obedeció y, esta vez, el azúcar le supo verdaderamente dulce y delicioso.
"¡Mmmmmm! ¡Es una maravilla!", expresó la hormiga de la sal, entusiasmada. Decidió quedarse a vivir con su nueva amiga, disfrutando del maravilloso y dulce sabor del azúcar.
Moraleja: Si no te deshaces de aquello a lo que te aferras, no podrás disfrutar de lo nuevo y darte la oportunidad de mejorar. A veces, nuestras percepciones están condicionadas por nuestras experiencias previas. Abrirse a nuevas experiencias y dejar atrás los prejuicios nos permite descubrir y disfrutar verdaderamente de lo nuevo.
"El amor es fe y no ciencia."
Francisco de Quevedo 1580-1645. Francisco de Quevedo y Villengas. Escritor español.