La frase hace referencia a que una parte importante de nuestra capacidad para ser felices viene determinada por nuestra genética. En otras palabras, hay ciertas características biológicas que heredamos de nuestros padres que influyen en cómo nos sentimos y cómo experimentamos la felicidad en nuestra vida.
Imagínate que nuestros genes son como una especie de "base" o "programa" que nos proporciona una predisposición a sentirnos de cierta manera. Esto significa que algunas personas pueden tener una inclinación natural hacia la felicidad y les resulte más fácil sentirse bien, mientras que otras pueden tener una predisposición a experimentar emociones negativas o a tener dificultades para encontrar la felicidad.
Sin embargo, debemos tener en cuenta que este porcentaje no es absoluto. Aunque la genética puede influir en nuestra tendencia a ser felices, no significa que los genes sean los únicos responsables de nuestra felicidad. La otra parte de la ecuación depende de factores ambientales, experiencias de vida, relaciones interpersonales, habilidades de afrontamiento, entre otros.
Es importante tener en cuenta que aunque tengamos una predisposición genética, esto no significa que no podamos trabajar para mejorar nuestra felicidad. A través de nuestros pensamientos, acciones y decisiones, podemos aprender a cultivar emociones positivas y buscar un bienestar continuo, independientemente de nuestra herencia genética.
"El amor es la última filosofía de la tierra y del cielo."
Francisco de Quevedo 1580-1645. Francisco de Quevedo y Villengas. Escritor español.