El refrán se usa cuando varias personas aspiran a una misma cosa —una herencia, un premio, un favor— y finalmente recae en alguien por decisión externa o puro azar. La idea es que, si «Dios» ha querido que esa persona la obtenga, lo correcto es aceptarlo y, en lugar de envidiarla o discutir, desearle bendiciones a través de San Pedro. Es una manera popular de cerrar la disputa y asumir que el reparto de la suerte o de los bienes está fuera del control humano.
En la práctica funciona como un consejo de resignación y de generosidad: no vale la pena pelear por lo que ya está decidido; mejor alegrarse por quien lo recibe. También invita a confiar en que cada quien obtendrá lo que le corresponde en su momento, sin resentimientos ni comparaciones.
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Laure Conan 1845-1924. Pseudónimo de Marie-Louise-Félicité Angers. Escritora canadiense.