La frase contrapone dos estados: la eternidad y la vida humana. Antes de nacer nos hallamos en un “lugar” sin tiempo, un estado inmortal. Al encarnarnos, esa condición eterna “muere” para dar paso a nuestra existencia limitada; por eso se dice que “nuestra vida es la muerte de los primeros”. Vivir supone abandonar lo eterno y asumir la vulnerabilidad de lo mortal.
Cuando morimos ocurre el movimiento inverso: la vida terrenal se apaga y vuelve a encenderse aquella dimensión intemporal, de modo que “su vida es nuestra muerte”. Así, el enunciado subraya un ciclo continuo: de la inmortalidad pasamos a la mortalidad y, tras la muerte, retornamos a lo inmortal. Cada fase solo puede existir porque la otra cesa, como un balance que nunca se detiene.
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Laure Conan 1845-1924. Pseudónimo de Marie-Louise-Félicité Angers. Escritora canadiense.
