La frase señala una asimetría sutil en nuestras emociones. Cuando alguien nos aburre, solemos restarle importancia: quizá pensamos que esa persona tuvo un mal día o que el tema simplemente no era interesante para nosotros. Con un gesto amable o un poco de paciencia, seguimos adelante y no guardamos rencor. En cambio, si sentimos que hemos aburrido a otra persona, lo vivimos como un golpe al orgullo: nos invade la vergüenza, tememos haber quedado mal y podemos criticar a quien mostró desinterés, como si fuera su culpa.
En el fondo, resulta más fácil ser indulgentes con las faltas ajenas que enfrentar la herida a nuestra autoestima. El aburrimiento recibido apenas roza el ego; el aburrimiento causado lo hiere directamente, porque nos recuerda que dependemos de la atención del otro para sentirnos valiosos. Por eso es más sencillo perdonar a quien nos aburrió que perdonarnos (o perdonarles) cuando somos nosotros quienes no supimos mantener viva la conversación.
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Laure Conan 1845-1924. Pseudónimo de Marie-Louise-Félicité Angers. Escritora canadiense.
