La frase juega con la ironía: quien habla se declara ateo, es decir, niega la existencia de Dios, pero agradece precisamente a Dios por ello. Al juntar dos ideas aparentemente opuestas —ser ateo y dar gracias a Dios— se crea un efecto humorístico que subraya la contradicción. Funciona como un chiste sobre la propia imposibilidad lógica de la oración: si eres ateo, no tendría sentido agradecerle a un ser en el que no crees.
Más allá de la broma, también puede interpretarse como una crítica o comentario sobre la manera en que la religión, la cultura o la educación influyen en las creencias. Es decir, la persona está diciendo que su experiencia con la idea de Dios fue tan determinante que terminó llevándola justamente al ateísmo. Así, la expresión refleja tanto sarcasmo como una observación sobre cómo los factores religiosos pueden, paradójicamente, impulsar a algunas personas a abandonar la fe.
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Laure Conan 1845-1924. Pseudónimo de Marie-Louise-Félicité Angers. Escritora canadiense.