Un anciano maestro hindú, ya cansado de las quejas de uno de sus discípulos, le mandó una
mañana ir a por sal. Cuando regresó, le ordenó echar un puñado en un vaso de agua y que bebiese todo el contenido.
- ¿Qué tal sabe? –le preguntó.
- ¡Puaj, muy salada! –respondió el joven.
El maestro sonrió y, acto seguido, le dijo que echase la misma cantidad de sal en el lago frente al que estaban, así que los dos caminaron en silencio hasta allí y el joven discípulo echó la sal en el agua.
El anciano, entonces, ordenó:
- Ahora bebe agua del lago.
- Y después de un largo trago, le preguntó:
- ¿Qué tal sabe?
- Mucho más rica y refrescante. Es una delicia para el paladar.
- ¿No notas la sal? –preguntó el maestro.
- No –respondió el jóven discípulo.
El anciano se sentó entonces junto al joven para explicarle la moraleja:
El dolor que experimentamos en esta vida es sal pura: ni más ni menos. La cantidad de dolor es la misma para todos, pero la amargura depende del recipiente donde lo metemos. Así que cuando experimentes dolor, lo único que tienes que hacer es ampliar tu compresión de las cosas. Puedes dejar de ser un vaso para convertirte en un inmenso lago.