La ardilla roja, la pequeña ardilla estaba triste.
Sentía una pena muy honda porque su madre se había muerto y pensaba que nunca más sería feliz.
Su padre le secaba las lágrimas con ternura, intentando consolarla. Mamá siempre estará con nosotros, le decía a la pequeña ardilla.
Y con la mano, se golpeaba el pecho: ¡Estará con nosotros aquí, aquí! La ardilla no lograba entender.
Lo único que veía era que ella ya no estaba. Una noche se enfadó con su mamá por haberla abandonado. Tan disgustada estaba que arremetió contra los juguetes. Cuando se calmó; su papá la abrazó muy fuerte.
Aún así la pequeña ardilla no dejó que la arropara, ni quiso que le contase un cuento. No quería que nadie ocupase el lugar de su madre.
Pero mamá ya no estaba. Cuando se quedó a solas, miró el cielo, como hacía antes con su madre. Buscó la estrella que mamá había elegido para protegerla en sus sueños. Pero aquella noche no la vio. Entonces salió de casa y fue a ver a su mejor amigo.
El búho extendió su enorme ala y cubrió a la pequeña ardilla para que no le entrase frío. La ardilla se acurrucó y, debajo de las plumas, lloró y lloró a sus anchas. Mientras el búho dormía hecho una bola de plumas, la luz y el calor del sol despertaron a la ardilla, que desde el árbol contempló el paisaje.
¡Era muy hermoso! Entonces pensó que su madre no volvería a ver el bosque, que nunca más correría por él, que no sentiría las caricias del sol ni se alegraría del canto de los pájaros. Los ojos se le llenaron de lágrimas y corrió a esconderse a casa.
Se metió en la cama y se tapó hasta más arriba de la cabeza. Su padre se acercó y le acarició la espalda: Y le dijo: Quiero que veas algo que te va a gustar… ¡Imposible! dijo la pequeña ardilla escondida entre las sábanas. Ya no hay nada que me guste.
Esto sí, ya verás… dijo su padre.
Y la ardilla, curiosa, asomó el hocico.
-Estos son los abuelos.
La pequeña ardilla aunque no los había conocido, había oído hablar mucho de sus abuelos.
Su padre le dijo: Los quería mucho. Me gustaba estar siempre a su lado. Pero se hicieron viejos y se murieron.
Entonces, yo me sentí muy triste.
La pequeña ardilla escuchaba atenta.
Y su padre le siguió contando: Aprendí mucho con ellos. Cómo tú, de mamá y de mí. Siempre los recordaré…
-¿Y si me olvido de mamá…? Preguntó la pequeña ardilla.
-¡Imposible! Le dijo su papá. Ella también te quería mucho. Ahora está en tu corazón.
La pequeña ardilla no conseguía entenderlo… Y suspiró. En su pequeño corazón sólo había tristeza. ¡No tenía ni ganas de jugar! Cuando veía a las mamás de sus amigos echaba de menos a la suya y se sentía aún más desanimada. Entonces prefería alejarse y andar por el bosque.
Una tarde se paró debajo de un nogal. Cogió las nueces más grandes, las frotó entre sus manos y se puso a comerlas. Las abría con mucha maña. Se lo había enseñado su mamá, para no partirse los dientes. Después trepó a los árboles. Saltando de rama en rama, llegó al final del bosque.
Desde allí contempló la puesta de sol. Y, de repente, notó un cosquilleo por todo su cuerpo. Levantó las orejas y ahuecó el rabo.
Miró a un lado, a otro… No sabía por qué, pero sentía que su madre estaba cerca. Cuando se hizo de noche, corrió junto a su amigo el búho, que estaba en lo alto del viejo árbol, le cantaba a la luna. Los dos, en silencio, miraron al cielo.
De pronto, la pequeña ardilla se fijó en una estrella: -¡Mira! ¡La estrella de mamá!
-Hoy brilla como nunca advirtió el búho, que de aquello sabía mucho.
-¡Voy a decírselo a papá…! Y se fue corriendo.
La pequeña ardilla había entendido que mamá estaba con ella, ¡y que nunca la abandonaría!
Aquella noche dejó que su padre la arropase.
Y poco antes de dormir, la pequeña ardilla le dijo a su papá: ¡Papá, cuéntame un cuento…!
"La verdadera felicidad consiste en hacer el bien."
Aristóteles 384 AC-322 AC. Filósofo griego.