Santiago entró en casa de los abuelos con un enfado tremendo – ¡Ya no quiero ser amigo de Pedro! – Dijo mientras se apoyaba en su balón de fútbol favorito.
– ¿Qué ha pasado? – preguntó el abuelo Jesús.
Santiago describió con todo lujo de detalles una discusión que había tenido con su amigo acerca del balón sobre el que se sentaba…
– ¿Entonces, ya no quieres volver a verle nunca? – insistió con firmeza el abuelo.
– Bueno, no me importaría jugar con él…
– Es que la mamá de Pedro ha llamado para ver si querías pasarte esta tarde por su casa a ver una peli, pero como estáis tan enfadados no he sabido qué decirle.
– Dile que sí, dile que sí, y me llevo el juego de construcción para que montemos un castillo mientras vemos la película….
– Vale, vale, pues llamo a su madre y le digo que sí.
– Abuelo, a veces siento que no tengo amigos. Pedro muchas veces no me hace caso y sólo quiere jugar a lo que le apetece a él.
– Verás, Santiago, te voy a contar un secreto que sólo los ancianos conocemos. Es un secreto sobre la amistad.
A lo largo de mi vida me he encontrado con grandes personas que se han convertido en mis amigos. Algunos se han quedado a mi lado durante muchos años, pero otros estuvieron poco tiempo junto a mí y, aún así, dejaron su pequeña aportación al saco de la amistad.
– ¿El saco de la amistad? – preguntó Santiago.
– Yo lo llamo el saco mágico de la amistad. Es mágico porque sólo tú lo puedes ver. Además, nadie puede decidir nada sobre tu saco porque es personal e intransferible, es decir, tú decides quién entra y quién sale de tu saco de la amistad.
Verás, Santiago, cuando yo tenía 8 años, los mismos que tú tienes ahora, me pasaba el día buscando ese gran amigo que fuese siempre fiel, estuviese siempre de mi lado y fuésemos, como en las películas, inseparables. Pero por más que buscaba, no encontraba a esa persona especial que yo tenía en mente.
Mi abuelo, tu bisabuelo, siempre me decía que yo era muy afortunado, pues tenía muchos amigos que me apreciaban y siempre estaban dispuestos a jugar conmigo.
Me encantaba ir a casa de mis abuelos….
– A mí también me gusta venir a tu casa, abuelito.
– La abuela preparaba mi comida favorita y el abuelo me escuchaba y se reía con todas las historias que traía del colegio y, aunque en muchas ocasiones fueran invenciones mías, él siempre estaba atento a todo lo que yo contaba. ¡Él me entendía de verdad!
– Anda, pues lo mismo que yo…
– Además, a mi abuelo y a mí nos gustaban las mismas cosas. Cuando salíamos a caminar al monte, yo imaginaba que era un gran escalador y que íbamos por el Monte Everest, y el abuelo siempre me seguía en las muchas fantasías que me pasaban por la mente.
Así fueron transcurriendo mis años de colegio y de niñez. Yo fui muy afortunado porque tuve muy buenos amigos tanto en el colegio como en la universidad, pero todo aquello pasó y mi vida, al igual que la de mis compañeros, cambió.
Algunos nos casamos y nos quedamos a vivir en la ciudad, otros decidieron viajar y se fueron a vivir lejos de aquí… y nunca más tuve noticias de ellos.
Conocí nuevos amigos y forjé nuevas amistades con las que disfrutar. Sólo mantengo una amistad de mi niñez, Mario, a quien conocí a los 5 años y nunca dejó de ser mi amigo, a pesar de las discusiones.
¿Sabes una cosa? Si hoy tuviese que hacer una lista de mis mejores amigos, tú estarías entre ellos, Santiago.
– ¿De verdad? Pero yo soy pequeño, ¿no? – preguntó Santiago extrañado.
– ¡Qué va! Y… ¿sabes quiénes más estarían en esa lista? Pues mis abuelos, mis padres, mi amigo Mario, mi perro Curro, la abuela, mis nuevos amigos con los que juego al golf… seguro que me olvido de alguno importante, pero nunca me olvidaré de los imprescindibles y entre ellos siempre estará mi abuelo. Él cumplía todos los requisitos para ser un gran amigo: me sabía escuchar, se reía conmigo, me daba consejos aunque no me gustasen, y era capaz de soñar mis sueños…
– Pero los abuelos son muy mayores para ser amigos, ¿no?
– Dime Santiago, ¿qué amigo tienes que cumpla todo lo que yo te acabo de decir?
– Pues… Pedro, mamá, papá, el primo Carlos y tú.
– ¿Te das cuenta de lo distintos que somos todos los que formamos tu lista de la amistad?
– Sí, tienes razón abuelo.
– En mi saco mágico de la amistad no hay una lista de amigos muy grande, pero sí que están aquellas personas en las que puedo confiar de verdad.
– En el colegio puedes jugar con todos los niños y niñas que te apetezca y de ti dependerá que pasen a formar parte de tu lista de amigos. No dejes de jugar y de disfrutar con otros compañeros y niños del barrio, porque es la mejor manera de encontrar nuevos nombres para tu saco mágico de la amistad.
– Abuelo, ¿sabes una cosa?
– Dime Santiago.
– Pues que ya estás dentro de mi saco mágico de la amistad.
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Amado Nervo 1870-1919. Poeta, novelista y ensayista mexicano.