Un hombre caminaba distraído por una calle cuando se encontró con un buen lingote de oro. Maravillado, se paró a contemplar su brillo.
– ¿Tendrá dueño?- pensó.
Con algo de miedo, miró hacia los lados. No había nadie. Entonces, aún hipnotizado, tocó el lingote. ¡Era tan suave y tibio!
– Te quiero para mí. Al fin y al cabo, yo te encontré. Ahora eres mío- pensó el hombre.
Así que lo levantó del suelo y lo llevó en sus manos hasta las afueras de la ciudad, en un lugar apartado y rodeado de árboles, ajeno a miradas indiscretas. Ya allí, se sentó a admirar de nuevo su lingote dorado.
– Es la primera vez que tengo algo tan valioso mío, ¡sólo mío!- pensaron los dos al mismo tiempo.
Y es que, cuando pensamos que poseemos algo valioso y creamos una dependencia, en realidad… ¿Quién posee a quién?