EL LADRÓN, EL CACHORRO DE LEÓN Y EL NIÑO.

Un discípulo, ansioso por alcanzar la sabiduría espiritual y el verdadero conocimiento, se acercó a su maestro sufí y le dijo:

—Maestro, he aprendido mucho de ti, pero siento que aún me falta algo para alcanzar la verdad suprema. ¿Qué más debo hacer?

El maestro, en lugar de darle una respuesta directa, le dijo:

—Ya has aprendido mucho de mí, pero ahora debes ir al mundo y encontrar a otros maestros, de quienes recibirás las enseñanzas que aún te faltan. Cuando hayas aprendido de ellos, regresa, y entonces hablaremos.

El discípulo, sorprendido pero obediente, emprendió su camino en busca de esos maestros. Viajó por muchos lugares, sin saber a quién debía considerar como tal. Un día, mientras buscaba dónde pasar la noche, se encontró con un ladrón que vagaba por las calles. Al ver que el joven no tenía refugio, el ladrón le ofreció compañía.

Conversaron durante un rato, y el discípulo le preguntó:

—¿Cómo puedes vivir con la incertidumbre y el riesgo constante de ser atrapado?

El ladrón sonrió y respondió:

—Cada noche salgo a hacer lo que debo hacer. A veces tengo éxito, otras veces no. Pero si no consigo nada, no me desanimo. Me digo a mí mismo: "Mañana tendré más suerte". Así continúo, con fe en que las cosas mejorarán.

El discípulo reflexionó sobre sus palabras y comprendió una valiosa lección de perseverancia y optimismo. Aprendió que, aunque el camino sea incierto y esté lleno de obstáculos, uno debe seguir adelante con esperanza y sin rendirse.

Tiempo después, en lo profundo de las montañas, el discípulo encontró a un pequeño cachorro de león que parecía solo y abandonado. Lo observó durante varios días y notó algo asombroso: a pesar de su fragilidad, cada mañana el cachorro se adentraba en la selva y lanzaba un rugido débil, como si estuviera llamando a su madre o a algún miembro de su manada.

Día tras día, sin obtener respuesta, el cachorro seguía rugiendo. No se desanimaba. El discípulo meditó sobre esto y comprendió que, incluso en la soledad, el pequeño león se mantenía fiel a su naturaleza. Con ello entendió la importancia de ser auténtico, de no renunciar a lo que uno es, aun cuando el mundo parezca no escucharnos.

Más adelante, en una aldea remota, el discípulo encontró a su tercer maestro: un niño que jugaba alegremente en el campo. Lo observó durante un tiempo, viéndolo reír, correr y disfrutar de cada instante, sin mostrar preocupación alguna por el pasado ni por el porvenir.

Intrigado, se acercó al niño y le preguntó:

—¿No te preocupa lo que sucederá mañana?

El niño, sin dejar de jugar, respondió:

—¿Por qué habría de preocuparme? Hoy es todo lo que tengo. Cuando llegue mañana, también jugaré. Pero ahora, sólo existe este momento.

El discípulo quedó conmovido por la sencillez y profundidad de la respuesta. Comprendió que debía aprender a vivir en el presente, como un niño que se entrega por completo al ahora, sin cargar con ansiedades innecesarias.

Cuando regresó con su maestro, este le preguntó:

—¿Qué has aprendido de tus nuevos maestros?

El discípulo respondió:

—Del ladrón aprendí a no rendirme, a mantener la esperanza incluso en la incertidumbre. Del cachorro de león, aprendí a ser fiel a mi verdadera naturaleza, aun en soledad. Y del niño, comprendí que debo vivir plenamente en el presente, sin preocuparme por el futuro.

El maestro sonrió y dijo:

—Ahora entiendes que la sabiduría se encuentra en todas partes, si sabes mirar con atención. La verdad habita en cada rincón del mundo y en cada ser, pero para recibirla, es necesario tener el corazón y la mente abiertos.