Un hombre, en su búsqueda de sabiduría, se embarcó en una travesía para encontrar la verdad. Después de mucho caminar, llegó a una cueva donde se decía que vivía un maestro sabio. El hombre se acercó al maestro y le preguntó:
— Maestro, ¿puedes enseñarme el camino hacia la verdad?
El maestro lo miró y le dijo:
— Si realmente deseas encontrar la verdad, deberás aprender la lección de la paciencia. Ve al valle cercano, donde encontrarás una roca grande. Siéntate junto a esa roca y espera.
El hombre, ansioso por aprender, fue al valle y se sentó junto a la roca. Pasaron los días, y no sucedía nada. Después de un largo tiempo de espera, frustrado, decidió volver al maestro.
— Maestro, he esperado días junto a la roca, pero no ha ocurrido nada.
El maestro lo miró y le dijo:
— Entonces, aún no estás listo. Ve y busca a mi segundo maestro.
El hombre continuó su viaje hasta que encontró al segundo maestro, quien vivía en una aldea cercana. Al llegar, le planteó su misma pregunta:
— Maestro, ¿puedes enseñarme el camino hacia la verdad?
El segundo maestro lo observó y respondió:
— Si deseas conocer la verdad, debes aprender la lección de la humildad. Ve a esa aldea y trabaja como sirviente por el tiempo que sea necesario.
El hombre, decidido, fue a la aldea y trabajó como sirviente. Sirvió a los aldeanos con dedicación, pero con el tiempo sintió que no estaba aprendiendo nada sobre la verdad. Cansado y confundido, decidió regresar al maestro.
— Maestro, he servido en la aldea, pero no he encontrado la verdad.
El maestro le respondió:
— Aún no estás listo. Ve y encuentra a mi tercer maestro.
El hombre emprendió su búsqueda de nuevo y finalmente encontró al tercer maestro, un anciano que vivía solo en una cabaña en las montañas. Una vez más, le hizo la misma pregunta:
— Maestro, ¿puedes enseñarme el camino hacia la verdad?
El tercer maestro sonrió y dijo:
— Si deseas encontrar la verdad, debes aprender la lección del amor incondicional. Ve a la montaña más alta y permanece allí, solo, amando todo lo que veas, sientas y experimentes, sin esperar nada a cambio.
El hombre siguió las instrucciones. Durante mucho tiempo vivió en la montaña, rodeado por la naturaleza, enfrentando las estaciones, las inclemencias del tiempo, la soledad y la quietud. Aprendió a amar la naturaleza, los animales, las estrellas, la vida misma. Aprendió a amar sin expectativas.
Después de muchos años, el hombre sintió que su corazón se había transformado. Comprendió el significado de la paciencia, la humildad y el amor incondicional. Regresó a ver al tercer maestro y le dijo:
— Maestro, ahora comprendo. He encontrado la verdad.
El maestro asintió y le respondió:
— La verdad no es algo que se enseña, sino algo que se descubre dentro de uno mismo. Has recorrido el camino.
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