En un lejano país, donde las colinas verdes se extendían hasta donde alcanzaba la vista y los ríos cristalinos reflejaban el cielo azul, reinaba un rey sabio y curioso. Un día, el monarca se planteó una cuestión que había intrigado a los filósofos durante siglos: ¿qué era peor, la envidia o la tacañería? Para resolver su dilema, decidió reunir a los dos hombres más representativos de estas cualidades en su reino: el más envidioso y el más tacaño.
Cuando ambos hombres se presentaron ante el rey, se notaba en el aire una tensión palpable. El tacaño, con una mirada furtiva, se acomodó en su silla, temiendo que cualquier deseo que expresara pudiera costarle algo valioso. El envidioso, con una sonrisa sardónica, se relamía de anticipación, ansioso por ver al otro caer en la trampa.
El rey, con voz firme pero amable, les dijo: "Cada uno de ustedes puede pedir lo que desee. Sin embargo, debo advertirles que el otro recibirá el doble de lo que pidan". Estas palabras resonaron en la sala como un eco ominoso.
El tacaño, temblando de ansiedad, se dio cuenta de que al pedir algo también estaría favoreciendo al envidioso. ¿Qué podría desear que no lo perjudicara? Después de unos momentos de angustia, finalmente murmuró: "No deseo nada". Con eso, esperaba protegerse a sí mismo, convencido de que si no le daban nada a él, tampoco le darían al otro.
El envidioso, sin embargo, había escuchado con atención. Con una chispa maliciosa en los ojos, pensó que había encontrado una forma de lastimar al tacaño. Así, decidió pedir algo que le causaría dolor: "Deseo que me saquen un ojo".
El rey, sorprendido por la cruel lógica del envidioso, reflexionó sobre el resultado. Mientras el envidioso aceptaba su dolor con la esperanza de que el tacaño sufriera más, el rey comprendió que la envidia había llevado a desear su propia mutilación sólo para infligir sufrimiento al otro.
Y así, el rey decretó que, aunque la tacañería y la envidia eran dos vicios peligrosos, la envidia había demostrado ser el más destructivo de los dos. Desde aquel día, el reino aprendió una valiosa lección sobre el poder de los deseos y las sombras del corazón humano.
Moraleja: "La envidia consume a quien la siente, llevándolo a sacrificar su bienestar por el deseo de perjudicar a los demás."
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