Vagaba un globo por el cielo y en su viaje sin rumbo se topó con un árbol y quedó atrapado en sus ramas.
-¿Cómo salgo? pensó sin desesperarse.
Los globos están acostumbrados a no ser dueños de sus destinos. Pueden permanecer quietos decorando una fiesta o jugar alegremente de la mano de un niño. Pueden acompañar un regalo o ser ellos mismos un obsequio.
Un pájaro vio al globo atrapado entre las ramas y, curioso, se posó sobre una de ellas.
- ¿Qué clase de pájaro eres? preguntó.
- ¡Soy un globo, no soy un pájaro! respondió con la misma tranquilidad con la que esperaba ver cómo salía de allí.
- Pero vuelas como yo, te he visto, dijo el ave.
- Es cierto, pero mi vuelo no es libre, no elijo dónde voy, no soy dueño de mi itinerario.
- Triste por cierto, comentó el pájaro, ¿Eres esclavo de la gente?
- Yo no diría eso, respondió el globo .
- Pero no eres libre, tú lo has dicho, no elijes. Mírame a mí, yo ahora estoy aquí porque quiero, pero en un segundo puedo levantar vuelo y posarme en otro árbol, o en un techo. Puedo volar alto o bajo, según desee y ¿tú qué haces? Digo, cuando no quedas atrapado en las ramas de algún árbol.
- Juego con los niños, los alegro, acompaño festejos, cumplo deseos simples, provoco sonrisas, puedo ser también un obsequio y hasta tener diferentes formas.
- Suena interesante, pero… ¿Dónde está tu libertad? ¿Cuándo eres dueño de ser un regalo o adornar un festejo? Preguntó el pájaro apesadumbrado.
- Nunca. Jamás elijo, las personas lo hacen por mí. Aún así no me quejo, no es una mala vida.
- No entiendo ¿Qué vida puede ser buena sin elegir? Yo, a diferencia de ti, soy libre, viajo, me quedo, hago nido, lo abandono, duermo en ramas de árboles o bajo cartones. Elijo en qué techo me poso. Nadie me dice qué debo hacer, vivo feliz.
Mirando fijo al pájaro que no dejaba de enumerar el sinfín de ventajas que tenía su vida respecto de la del globo, éste le preguntó:
- ¿Alguien te espera?
El pájaro quedó pensativo.
- Pues… no… no lo creo. En realidad, estoy seguro, nadie me espera.
- Triste por cierto, comentó ahora el globo.
- ¿Y qué te hace sentir feliz entonces?
- No entiendes, ser libre, ir dónde quiero y cuándo quiero. Mírate tú ahora, atrapado entre las ramas de un árbol del cual no saldrás, excepto que alguien venga por ti.
- Alguien vendrá por mí, respondió tranquilo el globo.
- ¿Y por qué habrán de hacerlo? Si no te encuentran, los niños buscarán otro globo, igual o diferente no sé, pero se conformarán con otro verás.
- No entiendes nada. No tratas con las personas, no todo da lo mismo. Cuando un niño desea algo, quiere justamente ese algo, no otro, aunque se trate de un simple globo como yo.
- Es cierto, no tengo trato con las personas, pero las observo. Veo cómo toman o dejan algo, veo cómo usan a las cosas sin importarles de ellas otra cosa que la utilidad que le puedan sacar.
- Te vuelves a equivocar, los niños no son así. Ellos se encariñan con sus juguetes, los adornos de su cuarto y con nosotros. Por extraño que te parezca, un globo tiene mucho que ver con la infancia.
- Lo dices para consolarte, para encontrarle a tu vida un sentido que no sea el de la esclavitud, siento pena por ti.
El globo miró al pájaro sin rencor. Él conocía su destino y para qué había sido creado y con ello estaba contento. Su mayor felicidad era darles felicidad a otros, aunque no dependiese de él el momento o el lugar.
El concepto de libertad, por extraño que parezca, puede no ser lo mismo para todos y el de la felicidad tampoco.
De pronto, el globo comenzó a ser tirado hacia abajo. Un llanto de niña se escuchaba de fondo. Ambos miraron hacia abajo y vieron a una niña y a su padre, quien trataba con mucho esfuerzo de tomar el hilo del globo para liberarlo.
Finalmente, el hombre tomó con fuerza el hilo, tiró aún con más fuerza de él y con una inmensa sonrisa, se lo entregó a la niña, quien de inmediato dejó de llorar.
El pájaro vio cómo la mano de la niña aferraba al globo. Miró el rostro de la pequeña y se dio cuenta qué era la felicidad.
Vio cómo el globo se alejaba con la niña y el hombre, y en el medio de su libertad, descubrió también lo que era la soledad.
La libertad no siempre radica en la capacidad de elegir nuestro destino, sino en cómo enfrentamos las circunstancias que se nos presentan. Como el globo que, a pesar de estar atado, encuentra felicidad en su propósito de traer alegría a los demás, aprendemos que la verdadera libertad viene de dentro, de nuestra capacidad para encontrar significado y alegría en cualquier situación.
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"Creo que parte de mi amor a la vida se lo debo a mi amor a los libros."
Adolfo Bioy Casares 1914-1999. Escritor argentino.