Una vez, en lo profundo de las montañas tibetanas, un sabio anciano reunió a sus devotos seguidores en torno a él y les planteó una cuestión intrigante:
– ¿Por qué, en medio de la ira, la gente tiende a alzar la voz?
Los discípulos reflexionaron en silencio durante unos instantes antes de emitir sus respuestas:
– Los gritos afloran cuando perdemos la serenidad –expresó uno de ellos–. Por eso recurrimos al alarido cuando la furia nos embarga.
El sabio, con un tono pausado, profundizó:
– No obstante, ¿por qué elevar la voz cuando la otra persona está a nuestro lado? –cuestionó el anciano– ¿No sería más sensato dialogar en tonos apacibles? ¿Por qué recurrir a los alaridos cuando la ira nos envuelve?
Las respuestas de sus seguidores, a pesar de su esmero, no lograron colmar la inquietud del sabio.
Finalmente, con la calma que le caracterizaba, el sabio compartió su sabiduría:
– Cuando dos personas están enojadas, sus corazones se alejan mucho. Para cubrir esa distancia deben gritar, para poder escucharse. Mientras más enojados estén, más fuerte tendrán que gritar para escucharse uno a otro a través de esa gran distancia.
Con sabiduría y paciencia, el sabio continuó su explicación:
– Pero, ¿qué acontece cuando dos seres se encuentran bajo el hechizo del amor?
En tal situación, el grito no es necesario; en su lugar, el diálogo transcurre con dulzura, entre susurros. ¿Por qué? Pues porque sus corazones están tan próximos entre sí que la distancia que los separa es mínima.
El sabio prosiguió con su enseñanza:
– Y cuando el amor crece aún más, ¿qué sucede? Ya no necesitan ni siquiera susurrar, basta con mirarse, y ese mero contacto visual les sirve para sentir una conexión completa. Así de cerca están dos almas cuando el amor es auténtico.
Con una última reflexión, el sabio concluyó:
– Cuando las discordias surjan, no permitan que sus corazones se alejen; eviten pronunciar palabras que agranden la distancia entre ustedes, pues llegará un día en que la separación será tan vasta que no podrán hallar el camino de vuelta.
"La verdadera felicidad consiste en hacer el bien."
Aristóteles 384 AC-322 AC. Filósofo griego.