Alina dejó su coche estacionado y se abrigó con su cálido abrigo antes de aventurarse al aire libre. Hacía exactamente un año que había comenzado su investigación sobre el cambio climático en una tranquila región al norte de Inglaterra, poco después de su separación. Esta experiencia le había llevado por un camino de altibajos emocionales que la habían transformado en una persona diferente a la que una vez llevaba una vida predecible y cómoda en la bulliciosa capital.
Siguiendo el consejo de Milan Kundera sobre la "felicidad como el deseo de repetir", sus días habían transcurrido de manera notablemente uniforme, hasta que una noche su esposo le anunció que se había enamorado de una colega y necesitaba empezar de nuevo. Luego del impacto inicial, Alina dejó atrás la gran ciudad y aceptó un puesto como profesora de meteorología en una universidad en el Lake District. Su trabajo involucraba el estudio de las mediciones recopiladas en la estación meteorológica y su relación con el cambio climático en la región.
Alina entró en el módulo de la estación donde se almacenaban los registros de barómetros, termómetros, pluviómetros y otros instrumentos relacionados con el clima. A medida que el clima afuera se volvía sombrío con la amenaza de lluvia inminente, su ánimo también parecía oscurecerse. Como solía hacer en momentos de desánimo, Alina llamó a su madre, una mujer octogenaria que vivía en Francia desde su jubilación.
—¿Cómo está el tiempo hoy? —le preguntó su madre con su característico tono jovial.
—Cambiante... Hemos tenido tres días soleados, con temperaturas inusualmente altas para esta temporada, pero esta noche han comenzado a soplar vientos del norte y se avecina una tormenta.
—Eso es lo que sucede afuera, pero... ¿qué tiempo hace dentro de ti?
La sonrisa de Alina se dibujó en su rostro. Su madre tenía un don natural para percibir los cambios en su estado de ánimo. En ese sentido, era como una estación meteorológica interna siempre activa.
—Entre nubes y claros... Hoy me levanté feliz, pero a medida que me dirigía aquí, mi ánimo se fue desvaneciendo. Justo antes de llamarte, estuve a punto de derramar algunas lágrimas.
—No tiene nada de raro, cariño. Así como los lugares tienen su propio clima, las personas experimentamos diferentes estados de ánimo a lo largo de la vida. A veces, incluso en un mismo día.
—Entonces, ¿no estoy perdiendo la razón?
—Para nada, pero quizás estás dándole demasiada importancia a las tormentas pasajeras —la madre hizo una pausa mientras servía una taza de té—. Nuestro mundo interior es frágil y cambia constantemente. Puede haber sol y, al instante, aparecen nubarrones. Después llegan tormentas que limpian viejas tristezas y nos brindan una visión más clara de la vida a través de nuestros "cristales emocionales". ¿No es perfecto así?
Alina no supo qué responder.
—Todo cambia constantemente, tanto por fuera como por dentro. El problema es que a menudo experimentamos lo que nos ocurre como si fuera permanente.
Cuando la tristeza nos abruma, es difícil creer que la tormenta se disipará. Y, a la inversa, cuando nos invade la felicidad, anhelamos que perdure eternamente. Saber que todo es efímero, incluyendo la soledad y la tristeza, nos ayuda a vivir.
Alina respiró profundamente, ya sintiéndose más reconfortada. Su madre pareció percibir el cambio desde la distancia y le preguntó:
—¿Cómo te sientes ahora?
—Mucho mejor.
—Me alegro por ti, cariño. Como dijo un filósofo escocés:
"La alegría ha sido llamada el buen tiempo del corazón".
"La verdadera felicidad consiste en hacer el bien."
Aristóteles 384 AC-322 AC. Filósofo griego.